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Historia de Olaf Jansen

(extraído de páginas 23 a la 49 del doc. "LaTierraHueca-ElReinoDeAgharta")


* actualizada: 15 marzo 2024 *


Un Viaje al Mundo Interior o
INTERIOR DE LA TIERRA HUECA

Por Willis George Emerson – 1908

Eran sólo las 2 de la mañana cuando me desperté de un sueño reparador, mediante el vigoroso sonar del timbre de mi puerta. El perturbador intempestivo, resultó ser un mensajero llevando una nota, garabateada casi al punto de  ilegibilidad, de un Nórdico con el nombre de Olaf Jansen.

Después de mucho descifrar, yo entendí la escritura que  simplemente decía: “…Estoy enfermo a punto de morir. Venga”. La llamada era imperativa, y yo no perdí tiempo  haciendo listas para cumplir.

Tal vez, yo puedo explicar aquí que Olaf Jansen, un hombre que recientemente celebró su cumpleaños número noventa y cinco, en los últimos tiempos lleva viviendo media docena de años solo en un bungalow modesto, a la salida de Glendale, -a poca distancia de la zona comercial de Los Ángeles, California-

Fue hace menos de dos años, mientras yo salí a caminar una tarde, cuando me sentí atraído por la casa de Olaf Jansen y su ambiente hogareño, y por su dueño, el ocupante, a quien después yo llegué a conocer como un creyente en el antiguo culto de Odín y Thor.

Había dulzura en su rostro y una expresión amable en los ojos grises agudamente vivaces de este hombre que había vivido más de 90 años; y, sin embargo, una sensación de soledad que atraía mi simpatía. Ligeramente encorvado y con las manos juntas detrás de él, caminó de un lado a otro con paso lento y mesurado, ese día cuando nos encontramos por primera vez. Apenas puedo decir qué motivo particular me impulsó a detenerme en mi caminata y entablar una conversación. Pareció complacido cuando lo felicité por el atractivo de su bungalow, y por las bien cuidadas enredaderas y flores que se agrupaban profusamente sobre sus ventanas, techo y amplio pórtico.

Pronto descubrí que mi nuevo amigo no era una persona ordinaria, sino uno profundo y sabio en un grado notable; un hombre que, en los últimos años de su larga vida, había profundizado en los libros y se había fortalecido en el poder del silencio meditativo.

Yo le animé a hablar, y pronto deduje que él había residido sólo seis o siete años en el sur de California, y que había pasado una docena de años antes en uno de los estados del Medio Oriente. Antes de eso, él había sido un pescador en la costa de Noruega -en la región de las Islas Lofoden-, de donde él había hecho viajes todavía más lejanos, al norte de Spitzbergen e incluso a la Tierra de Franz Josef.

Cuando empecé a despedirme, él parecía renuente a que yo me fuese, y me pidió que regresara nuevamente.

Aunque en el momento yo no pensé nada de él, recuerdo ahora que él hizo un comentario curioso cuando yo extendí  mi mano para despedirme. “¿Volverá usted otra vez?”, preguntó. “Sí, usted vendrá otra vez, algún día. Estoy seguro de que será así, y yo le mostraré mi biblioteca y le diré muchas cosas muy maravillosas, que puede ser que usted no me crea”.

Yo le aseguré risueñamente, que no sólo vendría de nuevo, sino que estaría dispuesto a creer todo lo que él podía elegir para decirme de sus viajes y aventuras.

En los días siguientes, yo me hice un buen conocedor de Olaf Jansen, y poco a poco, me contó su historia -tan maravillosa-, que es muy audaz, razonable y creíble. El antiguo Nórdico siempre se expresaba con tanta seriedad y sinceridad, que yo quedé cautivado por sus extrañas narraciones.

Luego vino la llamada del mensajero nocturno, y en el espacio de una hora estuve en el bungalow de Olaf Jansen. Él estaba muy impaciente por la larga espera, aunque después de haber sido citado, yo había acudido inmediatamente a su lado.

“Debo apresurarme”, exclamó él, mientras sostenía todavía mi mano en señal de saludo. “Tengo mucho que decirle que usted no sabe, y no confiaré en nadie más que en usted. “Soy plenamente consciente” -añadió rápidamente-, “que yo no voy a sobrevivir esta noche. El tiempo ha llegado para unirme con mis padres en el gran sueño”.

Le ajusté las almohadas para ponerlo más cómodo, y le aseguré que yo me alegraba de poder servirle en cualquier forma posible, porque estaba empezando a darme cuenta de la gravedad de su condición.

Lo avanzado de la hora, la quietud de los alrededores, la sensación extraña de estar a solas con el moribundo -junto con su extraña historia-, se combinaron para hacer que mi corazón latiera rápido y fuerte, con una sensación para la que no tengo ningún nombre. De hecho, hubo muchas veces esa noche en el lecho del antiguo Nórdico -y ha habido muchas veces desde entonces-, en que una sensación -más que una convicción-, se apoderó de mi alma, y no sólo parecía creer en, sino realmente ver, las tierras extrañas, las personas extrañas y el extraño mundo del que hablaba, y de escuchar un poderoso coro orquestal de un millar de voces vigorosas y lozanas.

Durante más de dos horas él pareció dotado de una fuerza casi sobrehumana, hablando rápidamente y -según  todas las apariencias- de una forma racional. Finalmente me entregó ciertos datos, dibujos y mapas toscos. “Estos”, dijo él en conclusión, “los dejo en sus manos. Si yo puedo tener su promesa de darlos al mundo, moriré feliz, porque quiero que la gente conozca la verdad; ya que entonces, todos los misterios concernientes a las Tierras congeladas del Norte quedarán explicados. No hay posibilidad de sufrir el destino que yo he sufrido. Ellos no le pondrán cadenas, ni lo confinarán en un manicomio, porque usted no estará contando su propia historia, sino la mía; y yo, gracias a los

Dioses Odín y Thor, estaré en mi tumba, y así, más allá de lo que los incrédulos podrían perseguir”.

Sin pensar en los resultados de largo alcance que la promesa traía consigo, ni prever las muchas noches sin dormir que esa promesa me ha traído desde entonces, le di mi mano y, con ella, la obligación de cumplir fielmente su último deseo.

Cuando el Sol se levantó sobre las cumbres de San Jacinto -lejos hacia el oeste-, el espíritu de Olaf Jansen, el navegante, el explorador y el adorador de Odín y Thor, el hombre cuyas experiencias y viajes que se relatan no tienen paralelo en la historia del mundo, falleció; y yo me quedé a solas con el muerto.

Y ahora, después de haber pagado los últimos tristes ritos funerarios de este extraño hombre de las Islas Lofoden, y de todavía más lejos, “¡Al Norte de Ho!”, -el explorador valiente de regiones heladas, que en sus últimos años (después de haber pasado los noventa años de edad) había buscado un asilo de paz reparadora en el cálido sol de California-, me comprometo a hacer pública su historia.


HISTORIA DE OLAF JANSEN

Mi Nombre es Olaf Jansen. Soy Noruego, aunque nací en el pequeño pueblo marinero ruso de Uleáborg, en la costa oriental del Golfo de Botnia, en el brazo norte del Mar Báltico.

Mis padres estaban en un crucero de pesca en el Golfo de Botnia, y registran mi nacimiento en esta localidad rusa de Uleáborg en el momento de venir al mundo, siendo el día  veintisiete de octubre de 1811.

Mi Padre, Jens Jansen, nació en Rodwig en la costa escandinava, cerca de las Islas Lofoden, pero después de casarse, estableció su casa en Estocolmo, porque la familia de mi madre residía en esta ciudad. Cuando tuve siete años de edad, empecé a viajar con mi padre a lo largo de la costa escandinava.

Temprano en la vida mostré una aptitud para los libros, y a la edad de nueve años fui internado en una escuela privada en Estocolmo, permaneciendo allí hasta que tuve catorce años. Después de esto, hice viajes regulares con mi padre en todos sus viajes de pesca.

Mi padre era un hombre de dos metros y diez centímetros de estatura, y pesaba más 95 kilos, un escandinavo típico de la clase más resistente, y capaz de más aguante que cualquier otro hombre que haya conocido.

Poseía la dulzura de una mujer tierna; sin embargo su determinación y fuerza de voluntad eran formidables. Su voluntad no admitía la derrota.

Yo tenía diecinueve años cuando empezamos lo que resultó ser nuestro último viaje como pescadores, y que dio  lugar a la extraña historia que daré al mundo, pero no hasta que yo haya terminado mi peregrinaje Terrenal.

No permitiré que los hechos que conozco puedan ser publicados mientras estoy vivo, por temor a posteriores humillaciones, confinamiento y sufrimiento. En primer lugar, fui encadenado por el capitán del buque ballenero que me rescató, por la sencilla razón de que le conté la verdad sobre los maravillosos descubrimientos realizados por mi Padre y yo. Aunque eso estuvo lejos de ser el final de mis torturas.

Después de cuatro años y ocho meses de ausencia llegué a Estocolmo, sólo para descubrir que mi madre había fallecido el año anterior; y encontrar la propiedad que mis padres dejaron en manos de la gente de mi madre, que me  fue entregada de inmediato.

Todo podría haber ido bien si hubiera borrado de mi memoria la historia de nuestra aventura y de la terrible muerte de mi padre.

Finalmente, un día le conté la historia con detalle a mi tío, Gustaf Osterlind, un hombre de considerables bienes, y le pedí que me preparara una expedición para hacer otro viaje a la tierra extraña.

Al principio pensé que él favorecería mi proyecto. Parecía interesado, y me invitó a ir ante ciertos oficiales y explicar a ellos -como yo hice con él-, la historia de nuestros viajes y descubrimientos. Imaginen mi desilusión y horror cuando al término de mi relato, mi tío firmó ciertos papeles, y, sin previo aviso, fui arrestado y llevado apresuradamente a un sombrío y temeroso manicomio, donde permanecí durante veintiocho años ¡-largos, tediosos, y espantosos de sufrimiento-!

Nunca dejé de afirmar mi salud mental, y protestaba contra la injusticia de mi confinamiento. Por último, el 17 de octubre de 1862, fui puesto en libertad. Mi Tío había muerto, y los amigos de mi juventud me eran ahora desconocidos. De hecho, un hombre de más de cincuenta años de edad, cuyo único registro es el de ser un loco, no tiene ningún amigo.

No sabía qué hacer para ganarme la vida, pero instintivamente me fui al puerto, donde anclaban barcos de pesca en gran número, y en una semana me había enrolado con un pescador llamado Yan Hansen, que estaba empezando un largo crucero de pesca a las Islas Lofoden.

Aquí, mis primeros años de formación resultaron de gran ventaja, que especialmente me permitieron ser útil. Éste no fue sino el comienzo de otros viajes; y por mi economía frugal, en pocos años llegué a ser capaz de comprar un bergantín de pesca y ser propietario. Durante veintisiete años -a partir de entonces-, he seguido en el mar como un pescador, durante cinco años trabajando para los demás y, los últimos veintidós para mí mismo.

Durante todos estos años, yo fui un estudiante muy diligente de los libros, así como un trabajador duro en mi negocio; pero, tuve mucho cuidado de no mencionar a nadie, la historia sobre los descubrimientos realizados por mi Padre y yo. Incluso hasta el último día, tuve miedo de que cualquiera viera o supiera las cosas que escribo, y las actas y los mapas que tengo bajo mi custodia. Cuando mis días en la Tierra hayan terminado, voy a entregar los mapas y registros que iluminarán y -así lo espero- beneficiarán a la Humanidad.

El recuerdo de mi largo confinamiento con maníacos, y toda la horrible angustia y sufrimientos, son demasiado intensos como para justificar no correr riegos adicionales.

En 1889 vendí mis barcos de pesca, y encontré que había acumulado una fortuna más que suficiente para mantenerme el resto de mi vida. Entonces, vine a América. Durante una docena de años mi casa estuvo en Illinois -cerca de Batavia-, donde reuní la mayoría de los libros en mi biblioteca actual, aunque yo traje muchos volúmenes selectos de Estocolmo. Después, vine a Los Ángeles, llegando aquí el 04 de marzo de 1901. Recuerdo bien la fecha, ya que fue el segundo día de la inauguración del Presidente McKinley.

Compré esta casa humilde, y determiné aquí, en la intimidad de mi propia morada -al abrigo de mi propias vides e higuera-, y junto con mis libros, hacer mapas y planos de las nuevas tierras que yo había descubierto; y, también, escribir la historia con detalle, desde el momento en que mi Padre y yo salimos de Estocolmo, hasta el trágico suceso que nos separó en el Océano Antártico.

Recuerdo bien que nosotros dejamos Estocolmo en nuestro balandro de pesca, a los tres días del mes de abril de 1829, y navegamos hacia el sur, dejando la Isla de Gothland a la izquierda y la Isla de Oeland a la derecha.

Unos pocos días más tarde, logramos duplicar Sandhommar Point, que separa Dinamarca de la Costa Escandinava. A su debido tiempo, nosotros hicimos escala en la localidad de Christiansand, donde descansamos unos días; y entonces, comenzamos (a navegar) alrededor de la costa Escandinava, hacia el oeste, con destino a las Islas Lofoden.

Mi padre estaba muy animado, debido a los excelentes y gratificantes resultados que había obtenido de nuestra última captura al comercializarla en Estocolmo, en lugar de vender en una de las ciudades marineras a lo largo de la costa escandinava. Estaba especialmente satisfecho con la venta de algunos colmillos de marfil que había encontrado en la costa oeste de ‘Franz Joseph Land’ durante uno de sus cruceros del norte el año anterior, y expresó la esperanza de que esta vez volviéramos a tener la suerte de cargar nuestra pequeña barca de pesca con marfil, en lugar de bacalao, arenque, caballa y salmón.

Nos instalamos en Hammerfest, latitud setenta y un grados y cuarenta minutos, para descansar unos días. Aquí nos quedamos una semana, comprando provisiones adicionales y varios toneles de agua potable, y luego navegamos hacia Spitzbergen.

Durante los primeros días, tuvimos un mar abierto y un viento a favor; y, después nos encontramos con mucho hielo y muchos témpanos. Un barco más grande que nuestro balandro de pesca, no podría abrirse camino entre el laberinto de témpanos de hielo, o atravesar los canales escasamente abiertos. Estos monstruosos témpanos presentaron una interminable sucesión de palacios de cristal, de enormes catedrales y fantásticas cadenas montañosas, y sombrías, como centinelas inamovibles, ya que algunos acantilados de roca sólida estaban de pie, silenciosas como una esfinge, resistiendo las olas de un mar inquieto.

Después de muchas evasiones difíciles de semejantes obstáculos, llegamos a Spitzbergen el 23 de junio, y anclamos en la bahía de Wijade Bay durante un tiempo corto, en el que tuvimos bastante éxito con nuestras capturas. Entonces levantamos el ancla y navegamos por el estrecho de Hinlopen, y navegamos a lo largo de la Tierra por el Noreste.

Un viento fuerte vino del suroeste, y mi Padre dijo que nada mejor que tomar ventaja de él y tratar de llegar a la Tierra de Francisco José, donde, un año antes, por accidente, él había encontrado los colmillos de marfil que le habían proporcionado un buen precio en Estocolmo.

Nunca -ni antes ni después-, he visto tantas aves de mar; ellas eran tan numerosas que pasaron a esconderse en las rocas en la línea de la costa y oscurecieron el cielo.

Durante varios días navegamos a lo largo de la costa rocosa de la Tierra de Francisco José. Finalmente, se dio un viento a favor que nos permitió hacer la Costa Oeste y, después de navegar veinticuatro horas, llegamos a una bella ensenada.

Uno difícilmente podía creer que se trataba de las lejanas Tierra del Norte. El lugar era verde con creciente vegetación, y, al mismo tiempo, el área no comprende más de uno o dos acres; aunque el aire era cálido y tranquilo. Parecía estar más hacia ese punto donde se ha sentido más profundamente la influencia de la Corriente del Golfo.

En la costa este hay numerosos témpanos; sin embargo, aquí nos encontrábamos en aguas abiertas. Lejos, al oeste de nosotros, sin embargo, había bolsas de hielo, y todavía más hacia el oeste el hielo semejaba formar cordilleras bajas.

Frente a nosotros, y directamente al norte, se extendía un mar abierto.

Mi Padre era un ferviente creyente de Odín y Thor, y frecuentemente me dijo que ellos eran Dioses que venían de más allá del “Viento del Norte”.

Había una tradición -explicó mi Padre-, que todavía más lejos, hacia el norte, había una tierra más hermosa de lo       que cualquier hombre mortal había conocido, y que fue habitada por los “Elegidos”.

Mi imaginación juvenil se inflamó con el ardor, celo y fervor religioso de mi Padre, y yo exclamé: “¿Por qué no navegar hasta esa hermosa tierra? El cielo está limpio, el viento es favorable y el mar es abierto". Aún ahora, yo puedo ver la expresión de sorpresa placentera en su rostro cuando él se volvió hacia mí y preguntó: “Hijo mío, ¿estás dispuesto a ir conmigo a explorar, para ir más allá de donde  el hombre se ha aventurado? Yo le respondí afirmativamente. “Muy bien” respondió él. “¡Pueda protegernos el Dios Odín!”, y ajustando rápidamente las velas, echó una mirada a nuestra brújula, volvió la proa en la dirección septentrional, a través de un canal abierto, y nuestro viaje comenzó.

El Sol estaba lejos en el horizonte, ya que seguía siendo el comienzo de verano. De hecho, nosotros teníamos casi cuatro meses de día por delante de nosotros, antes de que la noche helada pudiera volver de nuevo.

Nuestro pequeño balandro de pesca saltó hacia adelante casi tan ávido como nosotros hacia la aventura. A las treinta y seis horas, nosotros estuvimos fuera de la vista del punto más alto de la línea de costa de la Tierra de Francisco José. “Nos parecía estar en una fuerte corriente que llevaba hacia el norte, por el noroeste. Lejos, a nuestra derecha e izquierda estaban los témpanos, pero nuestro pequeño balandro se abalanzó sobre los estrechos y pasó a  través de canales, hacia el mar abierto, canales tan estrechos en lugares que, si nuestro balandro no hubiera sido pequeño, nunca hubiéramos podido atravesar.

En el tercer día, nosotros llegamos a una isla. Sus costas estaban bañadas en un mar abierto. Mi Padre se decidió a ir  a tierra y explorarla durante un día. Esta nueva tierra estaba desprovista de madera, pero nosotros encontramos una gran acumulación de madera flotante en la costa norte. Algunos de los troncos de los árboles tenían cuarenta pies de largo y dos pies de diámetro.

Después de un día de exploración de la línea de la costa de esta Isla, levantamos anclas y dirigimos nuestra proa al Norte en un mar abierto.

Recuerdo que ni mi Padre ni yo habíamos probado alimento durante casi treinta horas. Tal vez esto era debido  a la tensión de la emoción por el viaje extraño a las más lejanas aguas del Norte; mi Padre dijo que nadie había estado (ahí) nunca antes. La actividad mental había embotado las demandas de las necesidades físicas.

En lugar del frío intenso que nosotros habíamos previsto, la realidad era más cálida y agradable de lo que había sido mientras estuvimos en Hammerfest en la costa norte de Noruega unas seis semanas antes. Nosotros dos admitimos francamente que estábamos hambrientos, e inmediatamente yo preparé una comida sustancial de nuestra despensa bien provista. Cuando hubimos participado de todo corazón de la comida, le dije a mi padre  que yo creía que querría dormir, porque estaba empezando  a sentirme muy soñoliento. “Muy bien” respondió él, “Yo mantendré la vigilancia”.

No tengo manera de determinar cuánto tiempo dormí, sólo sé que fui despertado bruscamente por una terrible conmoción del balandro. Para mi sorpresa, encontré a mi Padre durmiendo profundamente. Le grité con fuerza y, me  puse de pie, él también hizo lo mismo rápidamente. De hecho, si él no hubiera agarrado la barandilla instantáneamente, seguramente habría sido arrojado a las olas agitadas.

Una feroz tormenta de nieve estaba en su apogeo. El viento soplaba directamente a popa, conduciendo nuestro  balandro a una velocidad tremenda, y amenazaba cada momento con volcarnos. No había tiempo que perder, las velas tenían que bajarse de inmediato. Nuestro bote estaba  retorciéndose convulsivamente. Sabíamos que algunos ‘iceberg’ estaban a cada lado de nosotros, pero afortunadamente el canal estaba abierto directamente al norte. Pero, ¿permanecería así? Frente a nosotros, alineando el horizonte de izquierda a derecha, había una neblina o niebla vaporosa, negra como la noche egipcia en el  borde del agua, y blanca como una nube de vapor hacia la cima, que finalmente se perdió de vista al mezclarse con los grandes copos blancos de nieve que caían. Ya sea que cubriera un traicionero iceberg u otro obstáculo oculto contra el cual nuestro pequeño balandro se precipitara y nos enviara a una tumba acuosa, o simplemente fuera el  fenómeno de una niebla del Ártico, no había forma de determinarlo.

Por qué milagro escapamos de ser destruidos, no lo sé. Recuerdo que nuestra pequeña embarcación crujió y gimió, como si se le rompieran sus juntas. Se balanceaba y se tambaleaba de un lado a otro como si estuviera aferrado a un feroz remolino o vorágine.

Afortunadamente nuestra brújula había sido fijada con tornillos largos a un travesaño. La mayor parte de nuestras provisiones -sin embargo-, habían caído fuera y sido barridas de la cubierta; y si nosotros no hubiéramos tomado la precaución de atarnos con firmeza a los mástiles en el comienzo, hubiéramos sido barridos por los azotes del mar.

Sobre el tumulto ensordecedor de las olas furiosas, yo oí la voz de mi Padre: “Sé valiente, mi hijo” gritó él. “Odín es el Dios de las aguas, el compañero de los valientes, y Él está con nosotros. No temas”.

A mí me parecía que no había posibilidad para nosotros de escapar de una muerte horrible. El pequeño balandro estaba embarcando agua, la nieve caía tan rápidamente que era cegadora, y las olas caían sobre nuestras encimeras con imprudente furia pulverizada de blanco. No había forma de saber en qué momento nos veríamos apresados contra una bolsa de hielo a la deriva. Los tremendos oleajes nos llevarían hasta los picos de las olas montañosas, y luego nos hundirían en las profundidades del canal del mar como si nuestro balandro de pesca fuera un frágil caparazón.

Gigantescas olas de casquete blanco, como verdaderas murallas, nos rodeaban, por adelante y por atrás.

Esta terrible prueba de nervios, con sus innombrables horrores de suspenso y agonía de miedo indescriptible, continuó durante más de tres horas, y todo el tiempo fuimos empujados hacia adelante a una velocidad feroz. Entonces, de repente, como si se estuviera cansando de sus esfuerzos frenéticos, el viento comenzó a disminuir su furia y gradualmente a extinguirse.

Por fin tuvimos una calma perfecta. La llovizna de niebla había desaparecido también, y ante nosotros se extendía un canal ancho sin hielo -quizás de dieciséis o veintidós kilómetros de ancho-, con algunos témpanos lejos a nuestra derecha, y un archipiélago intermitente de los más pequeños a la izquierda.

Yo vi a mi Padre pensativo, decidido a permanecer en silencio hasta que él habló. Presentemente, él desató la cuerda de la cintura y, sin decir una palabra, comenzó a  manejar las bombas, que afortunadamente no sufrieron daños, aliviando el balandro del agua que habíase introducido con la locura de la tormenta.

Él puso las velas en el balandro con tanta calma como si echara la red de pesca y, entonces, señaló que nosotros estábamos listos para seguir un viento a favor cuando llegara. Su coraje y su perseverancia fueron realmente notables.

Al investigarlo, notamos que disponíamos de menos de un tercio de las provisiones iniciales, mientras que, a nuestro pesar, nosotros descubrimos que nuestras barricas  de agua habían sido barridas por la borda durante la violenta tormenta sobre nuestro barco.

Dos de los toneles estaban en la bodega principal, pero ambos estaban vacíos. Nosotros hemos tenido un suministro  justo de alimentos, pero no de agua dulce. Yo comprendí el horror de nuestra posición en seguida. Presentemente se apoderó de mí una sed de beber. “Esto es una pena, de hecho” comentó mi Padre. “Sin embargo, vamos a secar nuestra ropa desaliñada, porque nosotros estamos empapados hasta los huesos. Confía en el Dios Odín, hijo mío. No pierdas la esperanza”.

El Sol caía oblicuamente, como si estuviéramos en una latitud Sur, en lugar de las tierras del Norte, hasta ahora. Estaba girando alrededor, cada vez más visible su órbita y elevándose más alto cada día, a menudo cubierto de niebla, pero siempre mirando a través de los encajes de las nubes, como un ojo inquieto de la suerte, guardando la misteriosa tierra del Norte y celosamente viendo las travesuras del hombre. Lejos, a nuestra derecha, los rayos cubiertos de los  prismas de los témpanos eran magníficos.

Sus reflexiones emitieron destellos de granate, diamante, zafiro. Un panorama pirotécnico de la infinidad de colores y formas, mientras que, por debajo se veía el mar  color verde, y por encima, el cielo color púrpura.

Intenté olvidar mi sed ocupándome en planear alguna comida en un recipiente vacío de la bodega. Extendiendo la mano al lado de la barra, yo llené el vaso con agua con el propósito de lavar las manos y la cara. Para mi asombro, cuando el agua entró en contacto con mis labios, pude probar que no tenía sal. Yo estaba sorprendido por el descubrimiento. “¡Padre -reí sin aliento-, el agua, el agua, es fresca!”. ¿Qué, Olaf? -exclamó mi Padre-, mirando rápidamente alrededor. “Seguramente tú estás equivocado. No hay tierra, te estás volviendo loco”. “Pero pruébala”, le grité.

Y así hicimos el descubrimiento de que el agua estaba realmente fresca; era absolutamente potable, sin el menor gusto salobre o incluso la sospecha de un sabor salado. [En el Vol.I, página 106, Jansen escribe. “es un fenómeno peculiar esta agua muerta. Nosotros teníamos en la actualidad una mejor oportunidad de estudiarlo de lo que se desea. Se produce cuando una capa superficial de agua dulce se basa en el agua salada del mar, y ésta fresca agua dulce se produce junto con el barco deslizándose por el mar más pesado por debajo de él, como si (estuviera) sobre una base fija. La diferencia entre los dos estratos, en este caso fue tan grande que, si bien nosotros hemos tenido agua potable en la superficie, el agua que nosotros recibimos de la llave de fondo de la sala de máquinas, era demasiado salada para ser usada por la caldera”].

Nosotros llenamos inmediatamente nuestros otros dos barriles de agua, y mi Padre declaró que eso era una dispensa de la misericordia celestial de los Dioses Odín y Thor.

Estábamos prácticamente uno junto al otro con alegría, aunque, el hambre nos obligó a poner fin a nuestra rápida aplicación. Ahora que nosotros habíamos encontrado agua dulce en el mar abierto, ¿qué no podríamos esperar en esta extraña latitud, donde un barco nunca había navegado antes, y el chapoteo de un remo nunca había sido escuchado?

Nosotros escasamente habíamos apaciguado nuestra hambre, cuando una brisa comenzó a llenar las velas ociosas; y, mirando a la brújula, encontramos el punto Norte presionando fuertemente contra el cristal.

En respuesta a mi sorpresa, mi Padre dijo: “He oído hablar de esto antes, es lo que ellos llaman la inmersión de  la aguja”.

Nosotros soltamos la brújula y la convirtió en ángulo recto con la superficie del mar, antes de que su punto se liberase a sí mismo del cristal y apuntara según la atracción sin ser molestados. Se desplazó con inquietud, y parecía como inestable, como borracha, pero al final señaló un curso.

Antes de esto, pensamos que el viento nos llevaba hacia el norte por el noroeste, pero, con la aguja libre, descubrimos, si podía confiarse en ello, que navegábamos ligeramente al norte por el noreste. Nuestro curso, sin embargo, siempre fue hacia el norte.

La mar estaba serenamente suave, con apenas una ola agitada, y un viento fuerte y estimulante. Los rayos del sol, mientras caían oblicuamente, decorados con un calor moderado y tranquilo. Y así pasaba en tiempo, día tras día, y nosotros encontramos el registro en nuestro diario de navegación, nosotros habíamos estado navegando once días desde la tormenta en el mar abierto.

Por estricta economía, nuestra comida nos estaba sosteniendo bastante bien, pero comenzaba a agotarse. Mientras tanto, uno de nuestros contenedores de agua se había agotado, y mi Padre dijo: “Vamos a llenarlo de nuevo”.

Pero, para nuestra consternación, nosotros encontramos que el agua estaba tan salada como en la región de las Islas Lofoden, frente a las costas de Noruega. Esto hizo necesario que fuésemos extremadamente cuidadosos con el barril restante.

Yo me encontré queriendo dormir gran parte del tiempo; si esto fue el efecto de la emocionante experiencia de navegar en aguas desconocidas; o, la relajación emocional del terrible incidente de nuestra aventura en una tormenta en el mar; o, debido a la falta de alimentos; yo no lo podría decir.

Frecuentemente me acostaba en el búnker de nuestro pequeño balandro, y miraba muy arriba hacia la bóveda azul del cielo, y, a pesar de que el sol brillaba muy lejos, en Oriente, siempre vi sobre la cabeza una sola estrella.

Durante varios días, cuando miré hacia esta estrella, siempre estuvo allí, directamente sobre nosotros.

Era ahora -según nuestros cálculos-, alrededor del primero de Agosto. El sol estaba alto en el cielo, y estaba tan brillante que yo no podía ver la estrella que llamó mi atención unos días antes.

Un día de este tiempo, mi Padre me sorprendió llamando mi atención lejos a una novedosa visión delante de nosotros, casi en el horizonte. “Es un sol ficticio -exclamó mi Padre-. Yo he leído de ellos, se llama un reflejo o espejismo. Pronto pasará”.

Pero este falso, y rojizo Sol, como suponíamos que era, no desapareció durante varias horas; y mientras estuvimos  inconscientes de que emitía rayos de luz, aún no había tiempo después cuando no podíamos barrer el horizonte delante y localizar la iluminación del llamado Sol Falso, durante un período de al menos doce horas de cada veinticuatro.

Las nubes y llovizna -que prácticamente había a veces, pero nunca completamente-, ocultan su localización. Poco a poco parecía subir más alto en el horizonte del cielo púrpura a medida que nosotros avanzábamos.

Difícilmente yo podría decir que se asemejaba al sol, excepto en su forma circular, y cuando no quedaba oculto por las nubes o la niebla del océano, tenía una nebulosa de  color rojizo, con apariencia bronceada, lo que cambia la luz blanca como una nube luminosa, como si reflejara algo mayor, más allá de la luz.

“Nosotros finalmente acordamos en nuestra discusión sobre este sol horno de colores ‘humeante’, que, sea cual sea  la causa del fenómeno, no era una reflexión de nuestro Sol, sino algún planeta de una cierta clase, una realidad.

Un día -poco después de esto-, yo me sentía extremadamente somnoliento y caí en un profundo sueño. Pero me pareció despertar casi de inmediato al agitar vigorosamente mi hombro mi padre, diciendo: “Olaf, ¡despierta, hay tierra a la vista!”.

Yo salté sobre mis pies y ¡Oh, alegría inefable! Allí, lejos en la distancia -todavía-, directamente en nuestro camino, estaban las tierras que sobresalen audazmente del mar. La línea de orilla se extendía lejos hacia la derecha de nosotros -hasta donde el ojo podía ver-, y a lo largo de la playa estaban las olas rompiendo en agitada espuma, retrocediendo, luego yendo hacia adelante, siempre cantando en un tono de trueno monótono la canción de las  profundidades. Las orillas estaban cubiertas de árboles y vegetación.

Yo no puedo expresar mi sentimiento de alegría por este descubrimiento. Mi Padre se quedó de pie inmóvil, con  la mano en el timón, mirando al frente, con una oración y acción de gracias a los Dioses Odín y Thor.

Entretanto, habíamos arrojado una red que nosotros encontramos en la estiba (almacenaje), y cogimos unos pocos peces, que materialmente agregamos a nuestro menguado almacén de provisiones.

La brújula, que nosotros habíamos fijado en su lugar, en el temor de otra tormenta, seguía apuntando al Norte, y moviéndose sobre su eje, tal y como lo había hecho en Estocolmo. La inmersión de la aguja había cesado. ¿Qué puede significar esto? Entonces, también, nuestros muchos días de navegación -sin duda-, nos había llevado lejos, más allá del Polo Norte. Y, sin embargo, la aguja continuó señalando el Norte. Nosotros estábamos muy perplejos, porque ciertamente nuestra dirección era ahora Sur.

Navegamos durante tres días a lo largo de la costa, y entonces llegamos a la boca de un fiordo o un río de gran tamaño. Parecía más bien una gran bahía, y en esto nosotros  nos dimos a la pesca artesanal; la dirección es ligeramente al Noreste del Sur. Con la ayuda de un viento inquieto que llega en nuestra ayuda, cerca de doce horas de cada veinticuatro, continuamos nuestro camino hacia el interior, en lo que después demostró ser un poderoso río, y que supimos que se llamaba ‘Hiddekel’ por sus habitantes.

Nosotros -después de esto-, continuamos nuestra jornada durante diez días a partir de entonces, y encontramos que habíamos andado -afortunadamente-, una distancia en el interior, donde las mareas del océano ya no afectaban el agua, que se había vuelto fresca.

El descubrimiento llegó justo a tiempo, porque nuestro restante barril de agua estaba casi agotado. No perdimos tiempo en la reposición de los toneles, y continuamos navegando un poco más arriba del río, cuando el viento era favorable.

A lo largo de las grandes orillas pudimos ver que se extendían bosques de kilómetros de extensión, en la distancia por la línea de la costa. Los árboles eran de enorme tamaño. Nosotros desembarcamos después de anclar cerca de una playa de arena y vadeamos hasta tierra, y fuimos recompensados por la búsqueda de una cantidad de frutos secos que son muy sabrosos y satisfacen el hambre, y fueron un cambio bienvenido de la monotonía de nuestras provisión de comestibles.

Estábamos a primeros de septiembre -más de cinco meses, nosotros calculamos-, desde nuestra despedida de Estocolmo. De repente, nos asustamos casi por completo al escuchar a lo lejos el canto de la gente. Muy pronto después de eso descubrimos una gran nave que se deslizaba río abajo directamente hacia nosotros. Los que estaban a bordo cantaban en un poderoso coro que, haciendo eco de orilla en orilla, sonaba como mil voces, llenando todo el Universo con una melodía temblorosa. El acompañamiento se ejecutó en instrumentos de cuerda similares a nuestras arpas.

Era un barco más grande que cualquiera hubiera visto nunca, y estaba construido de manera diferente.

En ese particular momento, nuestro balandro se calmó y no lejos de la orilla. La orilla del río, cubierta de árboles  gigantescos, se levantó cientos de metros de manera hermosa. Nos parecía estar al borde de un bosque virgen,  que sin duda se extendía tierra adentro.

La inmensa nave se detuvo, y casi inmediatamente fue botado un barco, y seis hombres de estatura gigantesca remaron hasta nuestro pequeño balandro de pesca. Ellos nos hablaron en un idioma extraño. Nosotros supimos por su trato que sin embargo no eran hostiles. Ellos hablaron mucho entre sí, y uno de ellos se echó a reír inmoderadamente, como si hubiesen hecho un descubrimiento extraño al encontrarnos. Uno de ellos divisó nuestra brújula y parecía que les interesaba más que cualquier otra parte de nuestro balandro.

Finalmente, el líder hizo un gesto como si preguntara si estábamos dispuestos a dejar nuestra nave, para ir a bordo de su nave. “¿Qué dices, Hijo mío, preguntó mi Padre. “Ellos no pueden hacer más que matarnos”.

“Ellos parecen estar bien dispuestos”, le respondí, “Aunque, qué terribles gigantes son!”. Ellos deben ser la selección de seis del regimiento del Reino. Basta con mirar su gran tamaño”.

“Nosotros, podemos ir voluntariamente, como también, ser tomados por la fuerza”, dijo mi Padre, sonriendo; “porque ellos sin duda, son capaces de capturarnos”. Acto  seguido dio a conocer por señas, que nosotros estábamos  dispuestos a acompañarlos.

En pocos minutos, estuvimos a bordo del buque, y media hora más tarde, nuestro pequeño pesquero artesanal, se había alzado fuera del agua por una extraña especie de gancho y aparejos, y puesta a bordo del barco como una curiosidad.

Había varios cientos de personas a bordo de éste -para nosotros-, buque gigantesco que nosotros descubrimos era llamado “El Naz”; es decir, como nosotros hemos aprendido después “El Placer”, o, para una interpretación más adecuada, "Buque 'El Placer de Excursión'".

Sí, mi Padre y yo fuimos observados con curiosidad por los ocupantes de la nave; esta extraña raza de gigantes, nos obsequió con una cantidad igual de asombro.

No había un solo hombre a bordo que no midiese totalmente unos 3,60 metros de altura. Todos llevaban barba completa -no particularmente larga-, sino al parecer recortada. Ellos tenían rostros suaves y hermosos, extremadamente hermosos, de tez rojiza. El pelo y la barba  de algunos era negra, otros de color arena y otras amarillas.

El capitán -como nosotros designamos al dignatario al mando de la gran nave-, era totalmente una cabeza más alto que cualquiera de sus compañeros. Las mujeres promediaban de 3 a 3,30 metros de altura. Sus facciones eran regulares y especialmente refinadas, mientras que su  tez era de un tono más delicado, realzado por un brillo saludable.

Ambos, hombres y mujeres, parecían poseer esa  facilidad particular de una forma que nosotros consideramos un signo de buena crianza; y, a pesar de su enorme estatura, no había nada acerca de ellos sugiriendo torpeza. Como yo era un muchacho de sólo mis diecinueve años, yo era -sin duda- visto como un verdadero Tomás Pulgar. Mi Padre, con 2,10 metros de altura, no levantaba la  parte superior de la cabeza por encima de la línea de la cintura de estas personas.

Cada uno parecía competir con los demás en la extensión de cortesía y mostrando bondad hacia nosotros; pero, todos se rieron de buena gana -yo me acuerdo-, cuando tuvieron que improvisar sillas para que mi Padre y yo pudiéramos sentarnos a la mesa. Ellos estaban ricamente  ataviados en unos trajes propios para ellos mismos y muy atractivos. Los hombres estaban vestidos con túnicas magníficamente bordadas de seda y satén y cinturón en la cintura. Ellos llevaban calzón corto y medias de una textura fina, mientras que sus pies estaban encerrados en sandalias adornadas con hebillas de oro. Nosotros pronto descubrimos que el oro era uno de los metales más comunes  conocido, y que era extensivamente utilizado en la decoración.

Por extraño que pueda parecer, ni mi Padre ni yo sentíamos la más mínima preocupación por nuestra seguridad. “Nosotros hemos llegado a casa”, me dijo mi Padre. “Este es el cumplimiento de la tradición, me dijo mi  Padre y el Padre de mi Padre, y todavía atrás, por muchas generaciones de nuestra raza. Ésta es seguramente, la Tierra Más Allá del Viento del Norte”.

Nosotros parecíamos hacer tal impresión en la reunión, que nos dieron especialmente a cargo de uno de los hombres, Jules Galdea, y su Esposa, con el fin de ser educados en su idioma; y nosotros, por nuestra parte,

estábamos tan ansiosos de aprender, como ellos lo estaban de instruirnos.

A la orden del capitán, el barco fue girado hábilmente sobre sí mismo y comenzó a desandar su camino río arriba. La maquinaria -siendo silenciosa-, era muy poderosa.

Las orillas y árboles a ambos lados parecían precipitarse. La velocidad de la nave -a veces-, superaba a la de cualquier tren de ferrocarril en el que yo he viajado alguna vez, aún aquí en Estados Unidos. Era maravilloso.

Entretanto, nosotros habíamos perdido de vista los rayos del Sol, pero nosotros encontramos un resplandor “dentro” emanando del Sol el color rojo apagado -que ya había atraído nuestra atención-, ahora dando una luz blanca aparentemente de un banco de nubes lejos delante de nosotros. Dispensaba una luz mayor -diría yo-, que dos lunas llenas en la noche más clara.

En doce horas, esta nube de la blancura pasaba fuera de la vista como si eclipsara, y, después de las doce horas, correspondía con nuestra noche. Nosotros hemos aprendido que estas personas extrañas eran adoradores de esta gran nube de la noche. Era “El Dios Humeante” del “Mundo Interno”.

El barco está provisto con un modo de iluminación que yo presumo ahora era electricidad; pero, ni mi Padre ni yo fuimos lo suficientemente expertos en la mecánica de entender de dónde llegaba la energía para hacer funcionar el buque; o para mantener las hermosas luces suaves que responden a la misma finalidad de nuestros métodos actuales de iluminación de las calles de nuestras ciudades, nuestras casas y lugares de negocios.

Debe recordarse, que en el tiempo en que yo escribo esto era el Otoño de 1829, y nosotros, los de la superficie de la Tierra no sabíamos nada -por así decirlo-, de la electricidad.

La condición eléctricamente recargada del aire era un revitalizador constante. Yo nunca me había sentido mejor en mi vida que durante los dos años en que Mi padre y yo residimos en el interior de la Tierra.

Reanudo mi relato de los acontecimientos:… la Nave en la que nosotros navegábamos se detuvo dos días después de que nosotros habíamos subido a bordo. Mi Padre dijo -en la medida de lo que él podía juzgar-, que nosotros pasábamos directamente debajo de Estocolmo, o Londres. La ciudad a la que nosotros habíamos llegado se llamaba “Jehú”, que significa una ciudad portuaria. Las casas eran grandes y muy bien construidas, y bastante uniformes en apariencia, pero sin ser iguales. La ocupación principal de la gente parecía ser la agricultura; las laderas estaban cubiertas de viñedos, mientras que los valles estaba dedicados al cultivo de cereales.

Yo nunca vi tal despliegue de oro. Estaba por todas partes. Las puertas estaban cubiertas con incrustaciones y las mesas estaban chapeadas con láminas de oro. Fue usado más generosamente en las diversas terminaciones de los grandes templos de música.

La vegetación crecía con pródiga exuberancia, y las frutas de todo tipo tenían los sabores más delicados. Los racimos de uvas de 1,20 y 1,5 metros de largo, con cada uva tan grande como una naranja, y manzanas más grandes que la cabeza de un hombre, representaban el crecimiento de todas las cosas maravillosas en el “interior” de la Tierra.

Las grandes secoyas -árboles de California-, serían considerados mera maleza, comparadas con los árboles de bosques gigantes, que se extienden kilómetros y kilómetros en todas direcciones. En muchas direcciones a lo largo de las faldas de las colinas de las montañas, grandes manadas de ganado se vieron en el último día de nuestro viaje por el río. “Nosotros oímos hablar mucho de una ciudad llamada “Edén”, pero se mantuvieron en “Jehú” durante todo un año. Al final de ese tiempo, nosotros habíamos aprendido a hablar bastante bien el idioma de esta extraña raza de personas. Jules Galdea y su esposa, exhibieron una paciencia que era verdaderamente encomiable.

Un día, un enviado del Gobernante en el “Edén” vino a vernos, y durante dos días completos, mi padre y yo fuimos sometidos a una serie de preguntas sorprendentes. Ellos querían saber de dónde veníamos nosotros, qué clase de personas vivían “sin” (¿en la superficie?), a qué Dios adorábamos, nuestras creencias religiosas, el modo de vivir en nuestra tierra extraña, y otras mil cosas.

La brújula que habíamos traído con nosotros atrajo atención especial. Mi Padre y yo comentamos entre nosotros el hecho de que la brújula todavía siguía apuntando al Norte, aunque nosotros ahora sabíamos que habíamos navegado encima de la curva o, en el borde de la abertura de la Tierra, y estaba muy lejos hacia el sur a lo largo de “la parte de dentro” de la superficie de la corteza de la Tierra, que, de acuerdo con Mi Padre y mi propia estimación, es de aproximadamente 483 kilómetros de espesor desde el “interior”, a la superficie “exterior”. En términos relativos, no es más gruesa que una cáscara de huevo, de manera que, hay prácticamente tanta superficie en el “interior”, como en el “exterior” de la Tierra.

La gran nube luminosa o bola de fuego opaco-rojiza, “fuego-rojizo” en las mañanas y en las tardes, y durante el día emitiendo una luz blanca brillante, “el Dios Humeante”, está aparentemente suspendido en el centro del gran vacío “dentro” de la Tierra, y sostenido en su lugar por la Inmutable Ley de Gravedad, o una fuerza repelente de la atmósfera, según sea el caso. Yo me refiero al poder conocido que atrae o repele, con la misma fuerza en todas las direcciones.

La base de esta nube eléctrica o “astro central” -el Asiento de los Dioses-, es oscuro y no transparente, con excepción de innumerables y pequeños orificios, aparentemente en la parte inferior del gran apoyo o Altar de la Deidad, sobre el cual “el Dios Humeante” descansa; y las luces brillantes a través de estas muchas aberturas, brillan en la noche en todo su esplendor y, parecen ser estrellas, tan naturales como las estrellas que nosotros vimos brillar en nuestra casa en Estocolmo, con excepción de que ellas parecen más grandes. “El Dios Humeante” -por lo tanto-, con cada rotación diaria de la Tierra, parece llegar por el Este y bajar por el Oeste; lo mismo al igual que nuestro Sol en la superficie externa. En realidad, las personas “en su interior” creen que “el Dios Humeante” es el trono de su Jehová, y está inmóvil. El efecto de la noche y el día es -por lo tanto-, producido por la rotación diaria de la Tierra.

Yo he descubierto desde entonces, que el lenguaje de la gente del Mundo Interno es muy similar al Sánscrito.

Después de que nosotros habíamos dado cuenta de nosotros mismos a los emisarios de la sede central del gobierno del continente interior, y mi Padre tenía -en su forma tosca-, elaborado mapas -a su petición-, de la superficie “exterior” de la Tierra, mostrando las divisiones de tierra y agua, y con el nombre de cada uno de los continentes, grandes islas y los océanos; nosotros fuimos llevados por tierra hasta la ciudad de “Edén”, en un medio de transporte diferente a todos los que nosotros tenemos en Europa o América.

Este vehículo era -sin duda alguna- invención eléctrica. Era silencioso, y corría en una barra de un carril en perfecto equilibrio. El viaje se hizo en una proporción muy alta de velocidad. Nosotros fuimos llevados arriba por colinas y hacia abajo a través de valles y, nuevamente a lo largo de laderas de montañas escarpadas, sin cualquier intento evidente de haber sido hechos a nivel de la tierra, como nosotros hacemos para las vías del ferrocarril. Los asientos del coche eran enormes, aunque sin embargo muy cómodos y muy por encima del suelo del coche. En la parte superior de cada vehículo, estaban altas ruedas tumbadas en sus costados, que se ajustaban automáticamente; como la velocidad del vehículo aumentaba, la gran velocidad de estas ruedas se incrementaba geométricamente. Jules Galdea nos explicó que, estas ruedas girando en forma de abanico en la parte superior de los coches, destruyen la presión atmosférica, o, lo que se entiende en general por el término gravitacional; y, con esta fuerza destruida o sin efecto, el coche es como un seguro de no caer a un lado u otro de la pista de un solo carril; como si estuviera en el vacío, las ruedas giran con sus revoluciones rápidas, destruyendo eficazmente el llamado poder de gravitación, o  la fuerza de la presión atmosférica; o lo que sea una potente influencia que pueda causar que las cosas sin apoyo puedan caerse, descendiendo a la superficie de la Tierra o al punto más cercano de resistencia.

La sorpresa de mi Padre y mía era indescriptible cuando -en medio de la magnificencia real de un amplio vestíbulo, nosotros fuimos llevados finalmente ante el Gran Sumo Sacerdote, Gobernante sobre toda la Tierra-. Él estaba ricamente vestido, y era mucho más alto que aquellos que estaban alrededor de él, y no podía tener menos de 4,20 o 4,50 metros de altura. El inmenso salón en el que nosotros fuimos recibidos, parecía terminado por losas sólidas de oro, densamente tachonadas de joyas, de increíble brillo.

La ciudad de “Edén” se localiza en lo que parece ser un hermoso valle; todavía -de hecho- está en la meseta más alta de la montaña del Continente Interior, varios miles de pies más alta que cualquier parte del país circundante. Es el lugar más hermoso que yo he visto en todos mis viajes. En este jardín elevado, todo tipo de frutas, vides, arbustos, árboles y flores crecen en abundancia desenfrenada.

En este jardín tienen su origen cuatro ríos en una poderosa fuente artesiana. Ellos se dividen y fluyen en las cuatro direcciones. Este lugar es llamado por los habitantes el “Ombligo de la Tierra”, o en principio, “La Cuna de la Raza Humana”. Los nombres de los ríos son el Eufrates, Pison, Gihon, y Hiddekel.

Lo inesperado nos esperaba en este palacio de belleza, en el descubrimiento de nuestro pequeño pesquero artesanal. Había sido llevado ante el Sumo Sacerdote en perfecto estado, tal y como había sido tomado de las aguas el día que fue cargado a bordo del buque por la gente que nos descubrió en el río más de un año antes. “Nosotros estuvimos en una audiencia de más de dos horas con este Dignatario, que parecía amable, dispuesto, y considerado”. Él se mostró ávidamente entusiasmado, haciéndonos numerosas preguntas, y siempre sobre cosas acerca de las que sus emisarios no hubieran investigado”.

Al término de la entrevista Él inquirió por nuestra complacencia o agrado, preguntándonos si deseábamos permanecer en su país o, si preferíamos regresar al mundo “exterior”, siempre que fuera posible hacer con éxito un viaje de regreso, a través de los cinturones de barreras congeladas que rodean tanto las aberturas del Norte como del Sur de la Tierra.

Mi Padre respondió: “Por favor, agradaría a mi hijo y a mí poder visitar su país y ver a su gente, sus colegios y palacios de música y arte, sus grandes campos, sus maravillosos bosques de madera y, después de haber tenido este agradable privilegio, nosotros quisiéramos intentar regresar a nuestro hogar en el “exterior” de la superficie de la Tierra. Éste hijo es mi único hijo, y mi buena esposa estará cansada esperando nuestro regreso”.

“Yo temo que será muy difícil regresar”, respondió el Jefe Sumo Sacerdote, “porque el camino es de lo más peligroso. Sin embargo, usted visitará los distintos países con Jules Galdea como su escolta, y serán tratados con toda cortesía y amabilidad. Cuando usted esté listo para intentar un viaje de regreso, yo le aseguro que su barco -que está aquí en exhibición-, se pondrá en las aguas del río Hiddekel en, su desembocadura, y Nosotros le proporcionaremos velocidad Divina.

Así terminó nuestra única entrevista con el Sumo Sacerdote o el Gobernante del Continente.

Nosotros supimos que los hombres no se casan antes de los setenta y cinco a cien años, y que la edad en que las mujeres entran en matrimonio es sólo un poco menos; y que, tanto los hombres como las mujeres, frecuentemente suelen vivir hasta los seiscientos a ochocientos años de edad, y, en algunos casos, mucha más edad.

Durante el año siguiente, nosotros visitamos muchos pueblos y ciudades, destacando entre ellos las ciudades de Nigi, Delfi, Hectea, y mi Padre fue llamado no menos de media docena de veces, para revisar los mapas que se habían hecho de los toscos bocetos, donde él había dibujado originalmente las divisiones de la Tierra y el agua en la superficie “exterior” de la Tierra.

Yo recuerdo haber oído a mi Padre observar que la raza de gigantes en la Tierra de “el Dios Humeante”, casi prácticamente una idea exacta de la geografía “exterior” de la superficie de la Tierra, al igual que un profesor universitario promedio de Estocolmo.

En nuestro viaje, nosotros llegamos a un bosque de árboles gigantes, cerca de la ciudad de Delfi. Si la Biblia dice que hay árboles de gran tamaño, de más de 90 metros de altura, y más de treinta metros de diámetro, creciendo en el Jardín del Edén; el Ingersolls, el Tom Paines y Voltaires -indudablemente-, habrían pronunciado la declaración de un mito. Todavía, ésta es la descripción de la gigantesca secuoya de California; pero, estos gigantes de California son insignificantes si se comparan con el bosque Gigante que se encuentra en el Continente “interior”, donde abundan los árboles poderosos de 240 hasta 300 metros de altura, y de 30 hasta 36 metros de diámetro, incontables en número y formando bosques que se extienden cientos de kilómetros atrás desde el mar.

Las gentes son extraordinariamente musicales, y conocedoras en un grado notable en sus artes y ciencias, especialmente la geometría y la astronomía. Sus ciudades están equipadas con grandes Palacios de Música, donde con poca frecuencia, hasta veinticinco mil voces lozanas de esta raza gigante cantan al viento en poderosos coros las más sublimes sinfonías.

Los niños, no se supone que asisten a instituciones de aprendizaje antes de que ellos tengan veinte años. Entonces su vida escolar comienza y continúa durante treinta años, diez de los cuales son uniformemente consagrados -por ambos sexos- para el estudio de la música.

Sus principales vocaciones son la arquitectura, la agricultura, la horticultura, la cría de grandes rebaños de ganado, y la construcción de medios de transporte propios de ese país, para circular por el suelo y el agua. Por algún dispositivo -que yo no puedo explicar-, ellos mantienen la comunión con los otros -entre las partes más lejanas de su país-, con las corrientes de aire.

Todos los edificios se levantan teniendo especialmente en cuenta la fuerza, durabilidad, belleza y simetría; y con un estilo de arquitectura mucho más atractiva a la vista que cualquiera que yo he observado en otros lugares.

Aproximadamente tres-cuartas partes de la superficie “interna” de la Tierra es tierra, y un cuarto de su superficie es agua. Hay numerosos ríos de gran tamaño, algunos que fluyen en dirección Norte y otros en dirección Sur. Algunos de estos ríos son de 48 kilómetros de ancho, y están fuera de estos enormes cursos de agua, en las partes extremas del Norte y del Sur, de la superficie “interior” de la Tierra, en regiones donde se experimentan temperaturas bajas formando témpanos de agua dulce. Entonces, ellos son expulsados al mar como lenguas enormes de hielo, por las avenidas anormales de aguas turbulentas que, dos veces al año, barren todo delante de ellos.

Nosotros vimos innumerables muestras de pájaros no más grandes que los encontrados en los bosques de Europa o América. Se conoce bien que, durante los últimos años, especies enteras de pájaros han dejado la Tierra.

Un escritor en un reciente artículo sobre este tema, dice: “Casi todos los años veo la extinción definitiva de una o más especies de pájaros. De las catorce variedades de pájaros que se encontraban hace un siglo –de las que en una sola isla, la isla Antillana de Santo Tomás-, ocho de estas especies han de ser contadas entre las que faltan”.

¿No es posible que estas especies de aves desaparezcan sin salir de su hábitat y encontrar un asilo en el “centro del mundo”.

Ya sea que, por vía entre las montañas o, a lo largo de la orilla del mar, nosotros encontramos prolífica vida de aves. Cuando ellas extienden sus alas, gran parte de estas aves parecía medir 9 metros de punta a punta. Ellas son de gran variedad y muchos colores. Nos permitieron subir en el borde de una roca y examinar un nido de huevos. Había cinco en el nido, cada uno de ellos era de por lo menos 6 centímetros de largo y 37 milímetros de diámetro.

Después de haber estado en la ciudad de Hectea alrededor de una semana, el profesor Galdea nos llevó a una entrada, donde nosotros vimos a miles de tortugas a lo largo de la orilla arenosa. Yo no me atrevo a indicar el tamaño de estas grandes criaturas. Ellos eran de 7,5 hasta 9 metros de largo, de 4,5 metros de ancho y plenos 2,10 metros de altura. Cuando uno de ellos proyectó su cabeza, tenía la apariencia de un monstruo marino espantoso.

Las extrañas condiciones “dentro” son favorables no sólo por las extensas praderas de pastos exuberantes, bosques de árboles gigantes, y toda clase de vida vegetal; sino también, la maravillosa vida animal.

Un día nosotros vimos una gran manada de elefantes.

Allí, debe haber habido unos quinientos de estos monstruos garganta de truenos, agitando sus inquietos troncos. Ellos estaban desgarrando las ramas grandes de los árboles y pisoteando el crecimiento más pequeño en el polvo, tanto como avellanas. Ellos promediarían sobre 30 metros de longitud y 22,5 a 25,5 metros de altura.

Parecía -mientras yo miraba sobre esta manada maravillosa de gigantes elefantes-, que yo estaba viviendo en la Biblioteca pública de Estocolmo, donde yo había pasado mucho tiempo estudiando las maravillas de la época del Mioceno. Yo estaba lleno de mudo asombro, y mi Padre se quedó mudo de impresión. Él me cogió del brazo en un apretón de protección, como si un daño terrible podría alcanzarnos. Nosotros éramos dos átomos en este gran bosque y, afortunadamente, no observados por esta gran manada de elefantes, ya que ellos avanzaran adelante y lejos, siguiendo un líder al igual que una manada de ovejas. Ellos hojean el herbaje creciente que encuentran cuando viajan y, de vez en cuando, sacuden el firmamento con su profundo bramido.

Hay una llovizna brumosa que sube de la tierra cada tarde, y siempre llueve una vez cada veinticuatro horas. Esta gran humedad y la vigorizante luz eléctrica y la cuenta de considerado calor -quizás por la vegetación exuberante-, mientras que el aire muy cargado de electricidad y la uniformidad de las condiciones climáticas, pueden tener mucho que ver con el crecimiento gigante y la longevidad de toda vida animal.

En algunos lugares el nivel de los valles se extendía durante muchas millas en todas direcciones. “El Dios Humeante” con su luz blanca clara, serenamente miraba hacia abajo. Había una embriaguez en el aire eléctricamente cargado, que avivó las mejillas tan suavemente como un murmullo al desaparecer. La naturaleza cantó una canción de cuna con un débil murmullo de los vientos, cuyo aliento era dulce lleno de la fragancia de los capullos y las flores.

Después de haber pasado considerablemente más de un año en visitar algunas de las muchas ciudades de “dentro” del Mundo, y una gran cantidad de países intermedios, -y más de dos años habían pasado desde el momento en que nosotros habíamos sido recogidos por el gran barco de excursión en el río-, nosotros decidimos echar nuestra suerte una vez más a la mar, y esforzarnos por alcanzar la superficie “externa” de la Tierra.

Dimos a conocer nuestros deseos, y ellos fueron cumplimentados no sin disgusto, pero seguidos sin demora. Nuestros anfitriones le dieron a mi Padre -a petición de éste-, varios mapas que muestran la totalidad “interior” de la superficie de la Tierra, sus ciudades, océanos, mares, ríos, golfos y bahías. Ellos también ofrecieron darnos generosamente todas las bolsas de pepitas de oro -algunas de ellas tan grandes como un huevo de ganso-, que nosotros estábamos dispuestos a tratar de llevar con nosotros en nuestro pequeño barco pesquero.

A su debido tiempo, nosotros regresamos a Jehú, lugar en el que nosotros pasamos un mes en la fijación y revisión de nuestro balandro pesquero. Después de que todo estuvo listo, el mismo Barco “Naz” -que originalmente nos descubrió-, nos llevó a bordo y navegó hasta la desembocadura del Río Hiddekel.

Después de que nuestros hermanos gigantes habían puesto en marcha nuestra pequeña embarcación para nosotros, ellos estaban muy cordialmente pesarosos de la partida, y dieron muchas muestras de preocupación por nuestra seguridad. Mi Padre juró por los Dioses Odín y Thor, que seguramente regresaría de nuevo dentro de un año o dos, y les pagaríamos con otra visita. Y así, nosotros nos despedimos. Nos preparamos e izamos la vela, pero había poca brisa. Nosotros estábamos en calma, dentro de una hora después, nuestros amigos gigantes nos habían dejado y comenzaron su viaje de regreso.

Los vientos soplaban constantemente hacia el sur; es decir, soplaban desde la abertura Norte de la Tierra hacia lo que nosotros conocíamos ser el Sur; pero que -de acuerdo con lo que el dedo de nuestra brújula estaba apuntando-, era directamente hacia el Norte.

Durante tres días, nosotros intentamos navegar, y  luchar contra el viento, pero en vano. Tras lo cual mi Padre me dijo: “Hijo mío, regresar por la misma ruta por la que nosotros llegamos es imposible en esta época del año. Yo me pregunto por qué nosotros no pensamos esto antes. Hemos estado aquí casi dos años y medio, por lo tanto, esta es la temporada cuando el Sol comienza a brillar en la abertura sur de la Tierra. La larga noche fría se encuentra en el país Spitzbergen”.

“¿Qué haremos?, pregunté yo.

“Sólo hay una cosa que podemos hacer” -respondió mi Padre-, “y eso es ir al sur”. Por consiguiente, él dio vuelta a la nave alrededor de un arrecife, y empezó siguiendo la brújula hacia el Norte, pero -de hecho-, iba directamente al Sur. El viento era fuerte y nosotros parecíamos haber alcanzado una corriente que se dirigía con rapidez notable en la misma dirección.

En sólo cuarenta días nosotros llegaremos a Delfi, una ciudad que nosotros habíamos visitado en compañía de nuestros guías Jules Galdea y su esposa, cerca de la desembocadura del río Gihon. Aquí nosotros nos detuvimos durante días, y fueron los más hospitalariamente entretenidos por las mismas personas que nos habían acogido en nuestra visita anterior. Nosotros pusimos algunas provisiones adicionales y nuevamente pusimos la vela, siguiendo la brújula hacia el Norte.

En nuestro viaje hacia el exterior, pasamos por un estrecho canal, que parecía ser un cuerpo de separación de aguas entre dos cuerpos considerables de tierra. Había una hermosa playa a nuestra derecha, y nosotros decidimos hacer un reconocimiento. Echamos el ancla, vadeamos a tierra para descansar durante un día, antes de continuar la arriesgada empresa hacia el exterior. Hicimos una fogata y le arrojamos unos palos de madera seca. Mientras mi Padre iba caminando por la orilla, preparé una tentadora comida, de los suministros que habíamos conseguido.

Había una leve luminosa luz que mi Padre dijo que era el resultado del Sol exterior que brilla en la abertura Sur de la Tierra. Esa noche nosotros dormimos profundamente, y despertamos a la mañana siguiente tan descansados como si hubiéramos estado en nuestras propias camas de Estocolmo.

Después del desayuno, empezamos un viaje de descubrimiento interior, pero no habíamos ido lejos cuando vimos algunas aves que reconocimos de inmediato, como pertenecientes a la familia de los pingüinos.

Ellos son aves que no vuelan, pero son nadadores excelentes y de gran tamaño, con el pecho blanco, alas cortas, cabeza negra, y proyectan un largo pico. Ellos están erguidos a unos 2,7 metros de altura. Ellos nos miraban con sorpresa, y contoneándose, en lugar de caminar hacia el agua, y nadaban en dirección norte.

Los acontecimientos que tuvieron lugar durante los siguientes cien días o más, superan toda descripción. Nosotros estábamos en un mar abierto y sin hielo. El mes lo reconocimos como Noviembre o Diciembre; y sabíamos que el Polo Sur estaba vuelto hacia el Sol. Por lo tanto, al pasar hacia afuera y lejos de la luz eléctrica interna de “el Dios Humeante” y su genial calidez, nosotros nos reuniríamos con la luz y el calor del Sol, brillando a través de la apertura del Sur de la Tierra. No nos equivocamos.

Hubo momentos en los que nuestra pequeña embarcación impulsada por el viento -que era continuo y persistente-, atravesaba las aguas como una flecha. De hecho, si nosotros hubiéramos encontrado una roca oculta o un obstáculo, nuestra pequeña embarcación habría sido rota en astillas de madera.

Por fin nosotros estábamos conscientes de que la atmósfera estaba llegando a ser más fría decididamente, y unos días más tarde, vimos témpanos muy a la izquierda. Mi padre argumentó -y con razón- que los vientos que llenaron nuestras velas, vinieron del clima cálido que hay “dentro de la Tierra”. La época del año era ciertamente muy propicia para intentar llegar al mundo “exterior” e intentar dirigir nuestro balandro de pesca a través de canales abiertos de la zona helada que rodea las regiones polares.

Pronto estuvimos en medio de témpanos flotantes, y ¿cómo consiguió nuestra pequeña embarcación atravesar los pequeños canales y escapar de ser aplastada?, yo no lo sé. La brújula se comportó de la misma manera -ebria y poco  fiable- al pasar sobre la curva sur o el borde de la corteza de  la Tierra, como lo había hecho en nuestro viaje de vuelta en la entrada del norte. Giraba sumergida y parecía una cosa poseída.

Un día, mientras yo estaba mirando tranquilamente por encima del lado del balandro a las aguas claras, mi Padre gritó: “Grandes olas por delante”.

Mirando hacia arriba, vi a través de la llovizna levantarse un objeto blanco que se elevaba varios cientos de metros de altura, cerrando completamente nuestro avance. Bajamos las velas inmediatamente, y no demasiado pronto. En un momento, nos encontramos atrapados entre dos témpanos monstruosos, cada uno estaba aglomerando y triturando a sus compañeros de la montaña de hielo. Eran como dos dioses de la guerra contendiendo por la supremacía. Nosotros estábamos muy alarmados. De hecho, estábamos entre las líneas de una batalla real; el trueno sonoro del hielo molido, era como las descargas continuadas de artillería. Los bloques de hielo más grandes que una casa, frecuentemente se alzaban hasta 30 metros; por la poderosa fuerza de presión lateral, ellos se estremecían y mecían de acá para allá durante unos segundos, y luego venían abajo con un ruido ensordecedor y desaparecerían en las aguas espumosas. Así, durante más de dos horas, continuó la competencia de los gigantes de hielo.

Parecía como si hubiese llegado el fin. La presión del hielo era terrible, y aunque nosotros no hayamos sido capturados en la parte peligrosa del atasco y estábamos a salvo, -por el momento-, todavía las desgarradoras toneladas de hielo a medida que caían salpicando y allí en las profundidades del agua, nos llenó de agitado miedo.

Finalmente, para nuestra gran alegría, la trituración del hielo cesó y, en pocas horas, la gran masa lentamente dividida, y como si se hubiese realizado un acto de la Providencia, había un canal abierto justo delante de nosotros. ¿Deberíamos aventurarnos con nuestra pequeña embarcación por esta abertura? Si la presión viniera de nuevo, nuestro pequeño balandro, así como nosotros mismos, seríamos aplastados en la nada. Nosotros decidimos correr el riesgo y, en consecuencia, izamos la vela con una brisa a favor, y pronto empezó -como un caballo de carreras-, corriendo el guantelete de este desconocido y estrecho canal de aguas abiertas.

Durante los próximos cuarenta y cinco días, nuestro tiempo lo empleamos esquivando témpanos y en la caza de canales; de hecho, si no hubiéramos sido favorecidos con un viento fuerte del sur y tuviésemos un barco pequeño, dudo que esta historia pudiera haber sido dada alguna vez al mundo.

Por fin, llegó una mañana en que mi Padre dijo: “Hijo mío, yo pienso que vamos a ver nuestra casa. Estamos casi en el hielo. ¡Mira! El mar abierto se encuentra delante de nosotros”.

No obstante, había algunos pocos témpanos flotando lejos hacia el Norte en el mar abierto, por delante de nosotros a cada lado, que se extendían durante muchas millas de distancia. Directamente delante de nosotros, y con la brújula, que ahora se había corregido, había un mar abierto hacia el Norte.

“¡Qué historia tan maravillosa tenemos para contarle a la gente de Estocolmo”, continuó mi Padre, mientras que una admisible expresión de júbilo iluminó su honesto rostro. “Y pienso en las pepitas de oro guardadas en la bodega”.

Yo hablé palabras amables de alabanzas a mi Padre, no sólo por su fortaleza y resistencia; sino también, por su osadía y valentía como un descubridor; y por haber hecho el viaje que ahora promete un final exitoso. Yo estaba agradecido también, que él hubiera reunido la cantidad de oro que nosotros estábamos llevando a casa.

Mientras nos felicitábamos a nosotros mismos -por el suministro de buena cantidad de provisiones y agua que nosotros todavía teníamos disponibles, y por los peligros de los que nos habíamos escapado-, fuimos sorprendidos al oír una explosión muy terrible, causada por el desgarro de la separación de una enorme montaña de hielo. Fue un rugido ensordecedor, como el disparo de mil cañones. Nosotros estábamos navegando con gran velocidad y pasamos a estar cerca de un monstruoso témpano, que a todas luces estaba tan inamovible como una isla rocosa-rodante. Parecía -sin embargo-, que el témpano se había dividido y estaba separándose; después de lo cual el equilibrio -a lo largo del monstruo que estábamos navegando- estaba destruido y empezó la inmersión con nosotros. Mi Padre rápidamente se anticipó al peligro antes de que yo me diera cuenta de sus horribles posibilidades. El témpano se extendió bajo el agua muchos cientos de pies, y como se ladeó sobre la porción que sale del agua, cogió nuestra pequeña balandra artesanal como una palanca en un punto de apoyo, y la arrojó al aire como si hubiera sido un balón de fútbol.

Nuestro barco cayó de nuevo en el témpano, que en ese momento había cambiado la cara próxima a nosotros, hacia arriba. Mi Padre estaba todavía en el barco, se había enredado con los aparejos, mientras que yo estaba tirado a unos veinte metros de distancia.

Rápidamente me puse en pie y grité a mi Padre, quien me respondió “Todo está bien”. Justo en ese momento la comprensión surgió en mí. Horror de horrores!, la sangre se congeló en mis venas, El témpano estaba aún en movimiento y su gran peso y fuerza en el vuelco nos sumergiría temporalmente. Yo comprendí totalmente lo que un remolino de succión produciría en medio de los mundos de agua por todas partes. Ellos se apresurarían a la depresión con toda su furia, como los colmillos de los lobos blancos, ávidos de presas humanas.

En este supremo momento de angustia mental, yo me acuerdo de echar una mirada a nuestro barco, que estaba tendido sobre un costado, preguntándome si posiblemente podría repararse y si mi Padre podría escapar. ¿Fue este el fin de nuestras luchas y aventuras? ¿Éste estaba muerto? Todas estas preguntas pasaron por mi mente en una fracción de segundo, y un momento después, estaba comprometido en una lucha a vida o muerte. El monolito pesado de hielo se hundió por debajo de la superficie y las aguas frías gorjearon a mí alrededor con ira frenética. Yo estaba en un platillo, con las aguas vertiendo por todas partes. Un momento más y yo perdí el conocimiento.

Cuando yo recuperé parcialmente mis sentidos, y desperté del desmayo de un hombre medio ahogado, me encontré húmedo, rígido y casi congelado, tendido en el témpano. Pero, no había ni rastro de mi Padre o de nuestro balandro de pescadores. El monstruoso témpano se había recuperado, y, con su nuevo equilibrio, levantó la cabeza unos quince metros por encima de las olas. La parte superior de esta isla de hielo, era una meseta de quizás la mitad de un acre de extensión.

Yo amaba mucho a mi Padre, y yo estaba afligido por el horror de su muerte. Arremetí contra el destino, que no me había permitido dormir con él en las profundidades del océano también. Finalmente, yo me puse de pie, y miré a mi alrededor. Por encima de la cúpula púrpura del cielo, vi las riberas con un océano verde debajo, y sólo un témpano ocasionalmente perceptible. Mi corazón se hundió en la desesperación irremediable. Tomé con cautela mi camino a través de los témpanos hacia el otro lado, con la esperanza de que nuestro balandro de pesca se hubiera enderezado.

¿Sería atrevido pensar que es posible que mi Padre aún viviera? No era más que un rayo de esperanza que ardía en mi corazón. Pero la anticipación calentó la sangre en mis venas, y empecé a apresurarme, como un estimulante raro a través de cada fibra de mi ser.

Me arrastré cerca del lado escarpado del témpano, y miré lejos hacia abajo, con esperanza, todavía con esperanza. Entonces rodeé el témpano, explorando cada pie del camino, y así me quedé dando vueltas y vueltas. Una parte de mi cerebro ciertamente estaba maníaca, mientras que la otra parte -yo creo, y hasta hoy-, estaba perfectamente racional.

Yo estaba consciente de haber hecho el circuito una docena de veces, y mientras una parte de mi inteligencia sabía -con toda la razón- que no había ni un vestigio de esperanza, todavía alguna fascinante extraña aberración me hechizaba y todavía me compelía a engañarme con las expectativas. La otra parte de mi cerebro parecía decirme que, si bien no había ninguna posibilidad de que mi Padre estuviera vivo todavía, si yo dejaba de hacer esa peregrinación tortuosa, si yo me detuviera por un momento, sería el reconocimiento de la derrota, y que si yo hiciera eso, sentí que me volvería loco. Así, hora tras hora caminé alrededor una y otra vez, con miedo de parar y descansar, todavía físicamente incapaz de seguir mucho más tiempo.

¡Oh! ¡horror de horrores! Ser lanzado lejos en esta amplia extensión de agua sin comer ni beber, y sólo un témpano traicionero como lugar de permanencia. Mi corazón se hundió dentro de mí, y toda semblanza de esperanza se desvaneció en negra desesperación.

Entonces la mano del Libertador se extendió, y la quietud mortuoria de una soledad que se volvía rápidamente insoportable se vio repentinamente quebrada por el disparo de una pistola de señales. Levanté la vista con sorpresa asombrado, cuando vi a menos de un kilómetro de distancia, un buque ballenero que se dirigía hacia mí a toda vela.

Evidentemente, mi actividad continua en el témpano había atraído su atención. Al acercarse, ellos botaron una lancha, y descendiendo con cautela hasta la orilla del agua, me rescataron, y poco después elevado a bordo de la nave ballenera.

Descubrí que se trataba de un ballenero Escocés, “The Arlington”. Había zarpado en septiembre, y empezó a navegar inmediatamente para la Antártida, en busca de ballenas. El Capitán Angus MacPherson, parecía amablemente dispuesto; pero, en cuestiones de disciplina -como pronto yo aprendí-, poseía una voluntad de hierro. Cuando traté de decirle que yo había venido desde el “Interior” de la Tierra, el Capitán y sus compañeros se miraron entre sí, sacudieron sus cabezas e insistieron en que me pusieran en una litera bajo estricta vigilancia del médico de la nave.

Yo estaba muy débil por falta de alimentos, y no había dormido durante muchas horas. Sin embargo, después de un descanso de unos días, me levanté una mañana, me vestí sin pedir permiso al médico o cualquier otra persona, y les dije que estaba tan cuerdo como cualquiera.

El capitán envió a buscarme y otra vez me interrogaron de dónde había venido, y cómo llegué a estar solo sobre un témpano de hielo en el lejano Océano Antártico. Yo le respondí que acababa de llegar desde el “Interior” de la Tierra, y procedí a decirle que mi Padre y yo habíamos entrado a través de Spitzbergen, y salimos a través de los países del Polo Sur, después de lo cual, me pusieron grilletes. Después oí al Capitán decirle al compañero que yo estaba tan loco como una liebre de marzo, y que debía permanecer en una celda, hasta que fuera lo suficientemente racional para ofrecer un relato veraz de mí mismo.

Finalmente, después de muchas súplicas y promesas fui liberado de los hierros. Entonces, decidí inventar alguna historia que satisfaría al capitán, y nunca de nuevo, referirme a mi viaje a la tierra de “el Dios Humeante”, por lo menos, hasta que estuviera a salvo, entre amigos.

Al pasar una quincena se me permitió tomar mi lugar como uno de los marineros. Un poco más tarde, el Capitán me pidió una explicación. Le dije que mi experiencia había sido tan horrible que tenía miedo de mi memoria, y le supliqué que me permitiera dejar la pregunta sin contestar hasta algún momento en el futuro. "Creo que te estás recuperando considerablemente", dijo, "pero todavía no estás cuerdo para un trato de confianza". "Permítame hacer el trabajo que pueda asignarme", le contesté, "y si no lo compensa lo suficiente, le pagaré hasta el último centavo inmediatamente después de llegar a Estocolmo". Por lo tanto, el asunto quedó en suspenso.

Finalmente, llegando a Estocolmo -como ya he relatado- me encontré que mi buena madre se había ido a su recompensa hacía más de un año. También he dicho cómo, más tarde, -la traición de un familiar me llevó a un manicomio-, donde permanecí más de veintiocho años -aparentemente interminables años-, y. aún más tarde, después de mi liberación, cuando yo regresé a mi vida como pescador, siguiéndolos diligentemente durante veintisiete años, entonces, vine a Estados Unidos y, finalmente, a Los Ángeles, California. Pero todo esto puede ser de poco interés para el lector. De hecho, me parece que, el punto culminante de mis maravillosos viajes y extrañas aventuras fue alcanzado, cuando el buque de vela escocés me recogió de un témpano en el Océano Antártico.

 


 


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